Una tarde de verano
en el pueblo, leyendo a la sombra, en silencio, oigo a la vieja cuerva que
vuela a lo lejos y a la cigarra en un árbol próximo y me doy cuenta de lo afortunado que soy de poder
vivir estos momentos tan especiales. ¿Son
los últimos coletazos de paz de la naturaleza y nos estamos olvidando de nuestras
raíces y de la Madre Naturaleza?
Leyendo a Delibes y sus “Viejas historias de Castilla la
Vieja”, se me ocurrió escribir unas letras como él hizo un día sobre su pueblo.
"Un pueblo sin tradición es un pueblo sin porvenir" Alberto Lleras Camargo.
No sé cómo se nos ve “desde fuera” a los de pueblo, antes
decían que éramos rudos y brutos, y que de estudios andábamos cortitos, y quizás
fuera cierto… o no. El caso es que hoy en día parece que se vuelve a ver con
buenos ojos los pueblos, la crisis, las
modas o yo que sé, están haciendo que algunas personas vuelvan a los pueblos.
Unos lo utilizan de dormitorio los fines de semana o para pasar el verano con
los abuelos, y reunirse con los viejos amigos de la infancia.
¿Quién no tiene un pueblo?
En el pueblo se está bien, muy bien. El aire es puro, el
agua de los arroyos y manantiales está fresquito y limpio, el monte nos protege
del cierzo y para los días que no se puede salir a la calle, ahí están las
nuevas tecnologías, que también las tenemos, nos entretienen, nos informan, nos
sirven para trabajar desde casa o para relacionarnos con los demás, conocer
nuevos amigos y compartir vivencias, como yo ahora.
En el libro de Delibes se puede leer algo así como “… a los de
pueblo se nos nota en la cara…”, yo no sé si será en la cara pero el trato con
unos y otros es bien distinto. En la ciudad, incluso al de pueblo se le pegan
las prisas y el estrés cuando tiene que ir a la compra o a hacer papeleos, en
la ciudad se vive a otra velocidad, sin tiempo para casi nada… ¿necesario? En
la ciudad la gente se cruza y no se saluda, ni se miran, ya sé que no se
conocen pero parecemos zombies o robots, ¿dónde está esa educación que se
supone nos falta a los de pueblo?...
Eres más de pueblo que las amapolas.
En el pueblo sí que se saludan y se conocen todos, incluso
por el mote o por la familia. Andando por las callejuelas, callejones y
rincones del pueblo te paras a hablar con alguien cada dos pasos y claro, casi
te cierra la panadería el tío Leo. Todas las tardes, el
tío Eulogio y el tío Santos se sientan a la sombra de los chopos en el puente “Barrihuelo”
a contarse cosas, hablar del tiempo, de
sus achaques y sus progresos. Raro es el día en el que las mujeres no vayan al
paseo por la carretera o por los caminos, pasando siempre sobre el río. Ese río
en el que tantas veces se habían bañado de chicos cuando las abuelas bajaban a
lavar la ropa. Por aquel entonces también se levantaban las piedras con cuidado
para coger cangrejos, recoger berros, ir al campo a por setas o a buscar
caracoles.
Eres más bruto que un "arao".
En el pueblo se jugaba a la peonza, a las chapas, a la tuta, a
correr el aro o a las tabas. Los abuelos mientras, estaban trillando en la era
con los machos y nunca faltaba el botijo con agua de la fuente de “Los
Borbollones” o la bota de vino bien fresquito. El vino, vendimiado y reposado
en el lagar, donde todos los nietos iban a pisar la uva con la misma ilusión de
todos los años, como si fuera un juego más… ¡qué bueno sabía el primer mosto! Después, bajaban de la bodega en el carro con
un trozo de pan y un poco de chorizo para todos los primos, que no eran pocos.
Los abuelos en el pueblo, se sientan a la tarde a echar la
partida después de comer en el bar del tío Paco o del tío Janín: “¡Café, copa y
puro por favor!”
A las fiestas de los pueblos se iba a pie y por los
senderos, guiados por la luz de la Luna, la misma Luna que tenemos hoy ahí
arriba. A veces, había que cruzar el río y era divertido cruzarlo a la ida,
pero mucho más lo era a la vuelta. Cuando llegaban las primeras golondrinas,
las calles sin asfaltar se llenaban de bicicletas y chicos corriendo detrás de
aquel balón de cuero. Había que jugar con cuidado porque a veces se rompían los
tiestos o los cristales y luego, la bronca y la zurra en casa era soberana,
aunque lo que de verdad te doliera era que te habías quedado sin balón.
Pueblo chico, campana grande.
Cuando se acababa el buen tiempo tocaba volver a la escuela.
Don Daniel, el maestro, un maestro de
verdad, (el título de Don se daba antaño al cura, al alcalde, al médico y al
maestro). Con él, no sólo era pasar la
mañana metidos en un pupitre con las manos llenas de tinta, el pizarrín y la
tabla de restar, también existía algo parecido a lo que hoy en día se llama “Educación
para la ciudadanía”. Salidas al campo
para ver de primera mano las plantas, los minerales, las aves y todas aquellas
cosas que salían en la enciclopedia.
Los que más historias vivían eran los chavales de los pantalones cortos hasta en invierno,
cuando cogían los pichones de los palomares, cuando cogían un puñado de cerezas
al tío Félix para almorzar o cuando quedaban todos los chicos para ver la
lluvia de estrellas de aquellos maravillosos veranos.
Hoy en día, muchos niños pasan el tiempo delante de las pantallas (videoconsolas, televisiones, móviles, ordenadores…) y si les mandas dibujar un pollo no saben dibujarlo de otra manera que no sea asado, ¡nunca han visto un pollo en el corral!...
De refranes y cantares, tiene el pueblo mil millares.
Me daría mucha pena que se perdieran nuestros pueblos,
nuestras costumbres, esos momentos
inolvidables vividos con el abuelo y los amigos, esos momentos en el campo
corriendo detrás de las liebres o las perdices; las cenas en la bodega; las
excursiones al río; los juegos del escondite esas noches veraniegas; beber de
la fuente a morro mientras en el pilón sacian su sed la oveja y la mula;
subirse a los árboles para ver cuántos huevos ha puesto este año el “siete
colores”; correr en la plaza del pueblo el día de la fiesta detrás de las
chicas por debajo de la charanga de “Los Anises”; abrir la ventana en las
calurosas noches de Agosto y escuchar a lo lejos a la lechuza, al cárabo o al
autillo y entender que ellos son los verdaderos guardianes de la noche; visitar
el gallinero a primera hora de la mañana y descubrir un huevo entre la paja como
si fuera el mayor tesoro jamás encontrado; ir con el tío a la granja a por la
leche recién ordeñada; la matanza del cerdo; la hoguera de San Juan; las
Marzas; las sopas de ajo… y tantas y tantísimas experiencias que sólo te da tu
pueblo…
"La historia es nuestra y la hacen los pueblos". Salvador Allende.
Con estas desordenadas palabras que, a su vez, son recuerdos
vivos, intento despertar el espíritu rural que todos tenemos (o deberíamos
tener) ya que nuestros orígenes son imborrables.
Despues de leerte fenómeno y pensar y pensar solo puedo decirte que; Me siento orgulloso de ser de pueblo, de ser cateto y castuo, de ser bruto y analfabeto, de ser un mendrugo, por que con todo esto me siento feliz, muy feliz. Gracias fenómeno, eres un auténtico CRACK.
ResponderEliminarPues te ha quedado "chapeau", yo tambien soy más de pueblo que las amapolas, y?????.
ResponderEliminarABRAZOS, Lolo
Espectacular lo bien que has transmitido tu orgullo rural. Me has dado mucha envidia.
ResponderEliminarSaludos